El cliente

... habitual (XIX).


Capítulo 19.

Gilbert miró, disimulando su curiosidad, la caja que había hecho colocar sobre la mesa fingiendo estar ocupado con algo. No tenía remitente ni etiqueta alguna y el botones que se la había subido a la habitación no había sabido darle detalles sobre quién la había entregado en recepción, más allá de que parecía un repartidor normal. Se inclinó con la cabeza ladeada y le acercó el oído para escuchar si emitía algún sonido. Igual era una tontería, pero un tic-tac o algún pitido digital habrían provocado su estampida inmediata. Al no escuchar ningún ruido sospechoso la levantó y la meneó con suavidad en el aire. Le pareció que la caja era muy ligera y apenas notó que algo se movía en el interior. Tomó aire, tiró de la cinta abrefácil y se asomó al interior de la caja conteniendo la respiración. Un papel de seda blanco dejaba entrever lo que parecía una pluma de pájaro. Gilbert desdobló con cuidado las capas del envoltorio hasta revelar una preciosa máscara veneciana con lentejuelas negras, lustrosos cristales que imitaban el brillo de los diamantes y una flor hecha con plumas y pétalos de tela negros.

El portátil de Gilbert reclamó su atención a través del sonido de una llamada de Teams. Se aproximó a la pantalla para comprobar que la llamada provenía de alguien externo a sus contactos, pero la identidad estaba oculta y sólo se podía leer: 'Número (externo) desconocido'. Acercó la flecha del ratón hacia el botón para contestar, pero en ese momento fue consciente de que su corazón latía desbocado. Corrió la pestaña que cerraba la cámara del ordenador y no terminó de aceptar la llamada que se cortó apenas un segundo después. Gilbert se sentó en la silla para tratar de calmar sus pulsaciones. El Teams sonó de nuevo. La pequeña ventana emergente indicaba que era un mensaje del número desconocido; una imagen. Gilbert pasó el dedo de forma automática sobre el trackpad del ordenador para abrir la imagen y se quedó de piedra. Era su cara, vista desde un ángulo inferior, mirando directamente al objetivo que le inmortalizaba con ceño fruncido y expresión de interés o confusión. Sintió que la corbata le apretaba de más en el cuello.


En el hilo sonaban La Maravillosa Orquesta del Alcohol & Repion

El cliente

... habitual (XVIII).



Capítulo 18.

Cuando Hanna salió del baño él se había encendido un cigarrillo y la esperaba fumando, sentado desnudo en el sillón. Se había servido otro whisky, esta vez sin hielo, de una botella The Macallan de 18 años que ahora estaba sobre la mesa y movía el vaso en su mano con un calmado giro de muñeca. Inhalaba con profundidad encendiendo al rojo vivo la punta del pitillo con cada bocanada y reteniendo el humo dentro de sí durante más tiempo del que nadie recomendaría, soltándolo despacio y reabsorbiéndolo por la nariz según iba saliendo de su boca. No le quitaba el ojo de encima desde su trono de bruma y vapor letal.

Hanna tomó conciencia de su propio lenguaje corporal y corrigió su postura echando los hombros hacia atrás e irguiendo su pecho. Comenzó a hablarse a sí misma para recuperar la confianza, recordándose que ella era la estrella de este show maldito, que tenía el poder de hacer perder la razón a los hombres y que sabía exactamente cómo iba a terminar su actuación de hoy. Su mejor performance estaba en marcha, la que tantas veces había soñado interpretar, la que le abriría las puertas de su propia redención. Se acercó hacia él desnuda marchando de puntillas como una bailarina de ballet. Le obligó a hacerle hueco para poder subirse sobre una de sus piernas y desde allí metió los dedos entre su pelo, le acercó un pecho a la boca y se lo ofreció rozándole con él en los labios.

Él no había hecho aún ni un sólo movimiento que no fuera el de sus pupilas acompañando sus pasos. Mantenía siempre la mirada dirigida a sus ojos, buscando leer sus pensamientos, conocer de antemano sus intenciones, pero aquel pezón frente a su boca pedía a gritos atención más directa. Miró su pecho y se lanzó a devorarlo como la cría más hambrienta de una camada de lobatos huérfanos. Dejó a tientas el vaso de whisky sobre la mesa y aplastó lo que quedaba del cigarrillo en el cenicero para tener ambas manos libres. Con una le agarró el pecho mientras seguía chupándolo con la misma fuerza con la que aspiraba el veneno de sus pitillos. La otra se posó sobre su culo tirando de ella hacia su cuerpo para sentir en su pierna el roce acuoso y cálido de su vagina.

Por primera vez las tornas habían cambiado y ahora era Hanna quien dominaba el momento. Él había echado la boca a su pecho como una carpa mordía un anzuelo, de hecho ella sentía sus labios y sus dientes atenazando su pezón de forma alternativa, pero a estas alturas ya había asumido que tendría que lidiar con el placer y el dolor bordeando sus umbrales por arriba y por abajo. Le apretó la cabeza cuando sintió que él intentaba zafarse para seguir amamantándole y extender así su oportunidad de dominarle. Acompasó el movimiento de su cadera al ritmo con que él la movía sobre su pierna aferrado a su trasero. Sabía que no podría librarse de cumplir con cada escena de aquel encuentro y buscaba la reacción automática de su cuerpo ante el roce mecánico de su coño contra su pierna. Su cuerpo había aprendido a encontrar los caminos cuando su mente estaba en realidad desconectada.

En el hilo sonaba Leiva

El cliente

... habitual (XVII).



Capítulo 17.

Gilbert trataba de ordenar sus pensamientos parado frente a toda la información que había clasificado, organizado y relacionado. Buscaba entender cuál era la motivación del tal Daniels, o Miller, o como diablos se llamase, para haberse convertido en un promotor del caos. El tipo tenía posición, patrimonio y suficiente dinero como para vivir varias vidas con tranquilidad, pero aún así su sombra se cernía sobre los peores episodios de violencia que habían sacudido a la sociedad occidental en los últimos diez años. Gilbert observaba con detenimiento cada uno de los movimientos de compra-venta de acciones, de inversión o desinversión en metales y piedras preciosas, sus viajes de negocios agendados, sus discretos contactos en actos privados a los que asistían mandatarios y representantes de la cosa pública, todas las averiguaciones que había hecho. Aquel hombre era un superviviente con una capacidad innata para sacar provecho de cualquier circunstancia sin verse afectado ni por la crítica social ni por el control político. Más bien daba la sensación de lo contrario, de ser el tramoyista tras el escenario, el titiritero sobre la marioneta, el proyector de las siluetas que vivían sobre la fría roca de la caverna y a las que todos prestaban atención sin preguntar de dónde venía la luz.

Pensaba que era obvio que el personaje suscitaba el interés de las agencias de inteligencia de todo el mundo así que Gilbert llegó a la conclusión de que, por alguna razón, estaba siendo protegido. Su indignación crecía por minutos. En un mundo cada vez más enrocado en bandos irreconciliables, encabezado por políticos profesionales sin más méritos que la fidelidad al partido ni más motivación que atesorar poder para encubrir o facilitar sus trapicheos y maquillar su falta de moral, este tipo de perversiones podían darse siempre y cuando justificaran la acción del tirano de turno revestido de demócrata impoluto. Cualquier medio vale, hasta agitar a la masa social, si el objetivo se alinea con los intereses de quien tiene capacidad de decisión y domina con elocuencia el arte de la oratoria persuasiva. Eso, y que los hay que comulgan con ruedas de molino. Pero Gilbert aún mantenía la esperanza. No porque fuera un eterno perseguidor de la verdad y la justicia, sino porque alguien le había puesto tras todas esas pistas, alguien le había dado pie a investigar, alguien que quería destapar ese bote recalentado por el sol para que salieran las larvas y los gusanos de una vez por todas.

El sonido del teléfono de la habitación le devolvió al presente. Desde recepción le indicaron que habían entregado un paquete a su nombre. Gilbert pidió que se lo subieran a la habitación, colgó y miró de nuevo hacia el corcho con toda la información. ¿Quién iba a enviarle nada allí?


En el hilo sonaban Barbasónicos

El cliente

... habitual (XVI).



Capítulo 16.

Volver a tenerle de frente le encaró a su hálito asfixiante. Hanna sentía que el humo le había tapizado por dentro todo el cuerpo con un chapapote tan negro que absorbía el oxígeno de la habitación a su paso. Retiró la cara para tomar aire y conteniendo la respiración se acercó de puntillas hacia su boca. No pudo evitar el reflejo de tragar saliva al comprobar la satisfacción con la que él había recibido su iniciativa. Le soltó el culo y puso ambas manos a los lados de su cara pasándole los pulgares por las mejillas justo bajo la máscara. Hanna aún aguantaba el aliento con disimulo, pero no le retiraba la mirada consciente de que él estaba pendiente de sus reacciones. Sus manos abarcaban toda su mandíbula y sentía sus índices hormigueando en sus sienes con los demás dedos por detrás de su cuello, pero no terminaba de resolver para besarla. La miraba sin pestañear, sintiendo sus latidos con las yemas de los dedos. Hanna se estaba quedando sin aire, sus mejillas empezaban a ruborizarse y la contención camuflada era ya algo evidente. A un segundo de dar una bocanada, él le apretó aún más la cara, abrió la boca sacando la lengua tanto como pudo y le lamió todo el rostro de abajo a arriba desde la barbilla hasta el tope de la máscara bajo su nariz.

Hanna estaba al borde de la nausea. Sentía que aquel hombre estaba dentro de su mente y que disfrutaba con lo que ella trataba de evitar. No le soltaba la cara y ella trató de liberarse apoyando sus manos sobre el pecho de él. Su mirada se había transformado, sus ojos centelleaban bajo la máscara inyectados con pequeñas venas rojas de tensión y esa circunstancia parecía excitarle todavía más. Cambió de un gesto rápido la posición de sus manos pasando el brazo izquierdo por detrás de su cuerpo y sujetándola con fuerza por la cintura. La mano derecha bajo a su garganta apretándole el cuello y cortando su respiración. Comenzó a elevarla del suelo despacio, acercándola a su altura. Manejaba ambos brazos de tal forma que si relajaba el que la sostenía de la cintura, apretaba más el agarre del cuello sofocando la entrada de aire de Hanna. Sus pies se iban separando poco a poco y cada vez más del suelo hasta que perdió cualquier apoyo incluso estirándose de puntillas. Hanna jadeaba, luchaba por tomar aire, pero cuando movía las piernas o palmeaba con sus manos, él la ahogaba un poco más y si se mantenía quieta permitía que un hilo de aire aún cruzase por su tráquea hacia los pulmones. Boqueaba como un pez fuera del agua cuando por fin la elevó hasta su altura ideal. Allí la besó despacio, atrapando un labio cada vez, introduciendo la lengua en su boca cuando Hanna la abría para respirar. La soltó y salió de la ducha. Hanna no podía ni mantenerse en pie. Recuperó el aliento en el suelo del baño, tosiendo y sin poder evitar las lágrimas que le brotaban por la asfixia, pero sin hacer grandes aspavientos. Se levantó ayudándose del mueble frente al espejo y comprobó en su reflejo las marcas de los dedos que le había dejado a ambos lados del cuello. Tomó aire profundamente una vez más, se ajustó la máscara en la cara y salió del baño a pelear la siguiente ronda.


En el hilo sonaban The Who

El cliente

... habitual (XV).



Capítulo 15.

Ezequiel era un niño de apenas cinco años cuando su padre, un comerciante judío-alemán, le escondió en el interior de una tubería destinada a evacuar los desechos de su casa de Berlín. En aquella mañana de noviembre de 1938, la puerta de su casa estaba siendo aporreada por los mismos policías que habían evitado auxiliarles en las dos noches anteriores mientras grupos organizados destruían a pedradas el escaparate y saqueaban el interior de su negocio. El pequeño permaneció inmóvil, abrazado a sus rodillas, mucho tiempo después de que los gritos hubieran cesado. El acceso por el que su padre le había puesto a salvo estaba bloqueado por alguno de los enseres caídos durante el desorden y los forcejeos que se habían vivido en el interior de la casa, así que tuvo que avanzar gateando por la tubería hacia la claridad. Cuando estaba cerca de alcanzar la salida, la silueta a contraluz de un hombre apareció en la boca del desagüe, extendió los brazos para recogerle y le sacó de allí de un tirón.

Aquel resultó no ser un hombre cualquiera. Estaba al mando de un orfanato judío que, al igual que el negocio de los padres de Ezequiel, había sido arrasado por la marabunta simpatizante de las ideas que el Gobierno venía inoculando en la gente desde hacía casi un lustro. Sabía que el tiempo se agotaba y por eso llevaba varios meses urdiendo un plan para sacar de Alemania a tantos niños judíos como le fuera posible. En su discreta búsqueda había logrado contactar con asociaciones y organizaciones de la comunidad judía no sólo en Alemania, sino también en países vecinos como Austria y Polonia. Las redes se extendían hasta el Gobierno Británico, que había relajado las restricciones de inmigración para ciertos refugiados, y dentro de él a sus aristócratas y familias acomodadas. Así es como Ezequiel llegó al hogar de la amante de un excéntrico multimillonario como cumplimiento de una promesa que había hecho como pago a una extorsión para mantener en secreto aquellos encuentros. El hombre había muerto el año anterior, pero sus contactos dentro del Gobierno concluyeron la operación dentro de los parámetros de máxima discreción que exigía la familia del difunto.

Ezequiel creció educado por una burguesía dedicada a los negocios bancarios y con contactos políticos de alto nivel. Pronto demostró una habilidad especial para los números lo que le abrió el horizonte a nuevas oportunidades y le ayudó a consagrarse como una pieza fundamental en la continuidad del negocio de su familia adoptiva. Formó la suya propia casándose con la hija de otro aristócrata inglés y a principios de 1975, después de haber tenido dos hijas con su mujer, dejó embarazada a una prostituta con la que se encontraba de manera recurrente desde hacía más de un año. De aquella relación consiguió lo que ya daba por perdido y que tanto había anhelado: su primer hijo varón. Siendo una circunstancia tan extra protocolaria, el niño llevaría el apellido de su madre, pero Ezequiel impuso la condición de que se llamara Nathaniel, como su auténtico abuelo de sangre, el padre de Ezequiel. Y así fue sobre el papel. Sin embargo, su madre odiaba el sonido rítmico que causaba su apellido, Daniels, con el nombre que Ezequiel le había impuesto y nunca lo utilizó para dirigirse a su hijo. En su lugar ella siempre le llamó Ethan.

A Ethan Daniels, hijo de Bree Daniels y Ezequiel Sackville, nunca le faltó de nada, pero siempre se sintió un bicho raro sin padre ni raíces. Era listo, resolutivo y desconfiado como su madre, inteligente, ambicioso e independiente como su padre, y la combinación de sus ausencias con su sensación de desarraigo le había vuelto orgulloso, frío y totalmente libre de las ataduras de la buena educación o el protocolo que el impersonal dinero que le llegaba le proporcionaba. Conseguía lo que quería, cuando lo quería y sin importar la manera. El objetivo de turno era su único calibre y eso le había llevado a enfrentarse cara a cara con la amenaza de la muerte en más de una ocasión. Fue después del fallecimiento de Ezequiel, su padre ausente, cuando se interesó por su propia historia hasta descubrir la verdad usando en ocasiones medios poco legales para conseguir la información. Ahora sabía que era nieto bastardo de Valerie Sackville-West y nieto carnal de Nathaniel y Eliette Miller, pero también constató que el conocimiento y la comprensión de sus orígenes hebreos tampoco le iban a otorgar la redención.

Nathaniel Daniels, banquero, empresario y coleccionista de arte, joyas y metales preciosos era en realidad Eitan Miller, extorsionador, mano negra de la política británica y el senado estadounidense y objetivo de interés permanente de las agencias de inteligencia de todo el mundo por sus contactos y oscuros negocios, nunca probados, con organizaciones terroristas y otros entes desestabilizadores de la sociedad occidental.


En el hilo sonaba Hozier

El cliente

... habitual (XIV).


Capítulo 14.

Hanna se veía de nuevo en una posición de sumisión que debía revertir. Con la mano enjabonada empezó a masturbarle apretando el agarre cada vez que subía ayudando a la sangre a engrosar su pene al máximo. El gel lubricaba el movimiento y le facilitaba la tarea. La espuma blanca generada con las refriegas se acumulaba en su vello púbico cayendo despacio por su pierna. Hanna se ayudó de la otra mano para sujetar la base del pene y subió el ritmo de su movimiento, envolviendo la cabeza con los dedos, dibujando círculos con las yemas. Infiriendo en el frenillo pretendía incomodarle, estimular demasiado su zona más sensible, llevarle hasta un punto que le obligara a recular, liberarla de estar postrada frente a su polla como si la estuviera adorando con lujuria, en lugar de buscando una salida.

Él no necesitaba una paja bien hecha para estar más duro que una viga maestra. Aquella chica le encantó desde el primer momento en que se paró frente a él con su piel perfecta, su conjunto de lencería y su máscara brillante con plumas y lentejuelas. Eso era lo que más le ponía: su mirada. Una mirada fija y desafiante, no complaciente, ni sumisa como estaba acostumbrado a ver. Sentía que estaba domando a una fiera y ese poder era lo que le excitaba por encima de cualquier otra cosa. Quería dominarla sin que ella perdiera un ápice de ese fuego y esa furia en sus ojos, pero tenía la polla llena de jabón en sus manos. Se giró a coger de nuevo el cabezal, la levantó del suelo, se enjuagó toda la espuma y la agarró del culo con una mano juntando las caderas de los dos, quedando frente a frente sus miradas.


En el hilo sonaban Depedro y Luz Casal

El cliente

... habitual (XIII).


Capítulo 13.

El teléfono de la productora echaba humo y ella, también. Le miraba con una expresión entre enfadada, desconcertada y perpleja. Gilbert sabía que no podría dar respuestas a las llamadas que estaba recibiendo sin tener una explicación que ofrecer al respecto. Se habían pactado unos temas sobre los que preguntar, se habían acordado unas preguntas concretas, se había trabajado con una información contrastada para que fuera veraz, relevante, precisa, pero él se había desviado de todo aquello saliéndose por una tangente que nadie tenía contemplada. Antes de que ella pudiera colgar para gritarle, Gilbert se escabulló de la sala zigzagueando entre la maraña de periodistas que recogía sus bártulos una vez finalizada la rueda de prensa. Tenía mucha información que compartir, pero aún demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Quién le estaba poniendo sobre estas pistas?, ¿con qué intención lo hacía?, pero sobre todo, ¿qué iba a pasar ahora que había levantado esa liebre en público?

Esa última pregunta no tardó ni un minuto en contestarse. En cuanto Gilbert puso un pie fuera de la sala de prensa un hombre y una mujer se acercaron a él, se identificaron como miembros del CNI, el servicio de inteligencia español, y le pidieron que les acompañara. Sin tiempo para responder, otros dos hombres, mucho más corpulentos, aparecieron a ambos lados, le levantaron en volandas sujetándole de las axilas, le metieron dentro de otra sala a la vuelta del pasillo y salieron sin cruzar ni una mirada. Gilbert fue inmediatamente a coger su móvil, pero se dio cuenta de que ya no estaba en su bolsillo, ni tampoco su cartera, ni su acreditación de prensa. Aún estaba confundido con lo que acababa de pasar cuando se abrió la puerta y entraron el hombre y la mujer. Ella, con la acreditación y el carnet de identidad de Gilbert en la mano, se cuestionaba cuál era el interés de la prensa alemana en el oro español. Impactado por la situación, Gilbert explicó cómo había llegado a la conclusión de que aquellos movimientos podrían haber hecho que el preciado metal llegase a las peores manos, pero omitió deliberadamente mencionar el email y los mensajes de su informador misterioso. La agente le observaba en silencio mientras hablaba y continuó así varios segundos una vez terminó su exposición. El otro hombre se acercó a ella y le entregó el móvil y la cartera de Gilbert. Ella extendió la mano para entregárselo, pero sujetándolo fuertemente sin dejar de mirarle. Finalmente abrió la mano liberando sus pertenencias, se despidió con cortesía y salió de la sala dejando a Gilbert solo dentro todavía desubicado.


En el hilo sonaba Tu otra bonita

El ciente

... habitual (XII).


Capítulo 12.

El espacio de la ducha era demasiado reducido para poder manejar la situación con la suficiente libertad de movimientos. Hanna era consciente de que se había metido en la boca del lobo. En su cabeza trataba de encontrar la manera de revertir la situación para devolverla a una calma controlada que ella pudiera conducir, pero mientras tanto soportaba los manotazos de él sin apenas inmutarse. No quería animarle a pensar que aquello la excitaba, que disfrutaba de los azotes y, aún menos, darle pie a que aumentara la intensidad de su interacción. La marca de su mano ya era visible en su glúteo, pero él continuaba con la azotaina y los apretones. Sus dedos eran látigos mojados sobre su piel y hasta el sonido recordaba al de una fusta castigando el lomo de un caballo.

Él la abarcaba desde un costado sobándole el pecho con una mano y hostigando incansable su trasero con la otra mientras se frotaba la entrepierna contra su cadera. Hanna subió la alcachofa con cuidado hasta pasarse el agua sobre el hombro y en un giro rápido de muñeca le lanzó un chorro hacia la cara haciendo que su mano reculara para secarse los ojos en lugar de estamparse de nuevo en sus irritadas posaderas. Se cambió de mano el mango como un cantante con un micrófono y le agarró la polla con todo lo que su palma podía abarcarle poniéndose de nuevo de cara hacia él, mirándole de frente. Estiró el brazo hacia la columna de la ducha para ensamblar el cabezal en su enganche sin aflojar el amarre al que le tenía sometido y empezó a descender lentamente hacia el suelo hasta situar su cara justo delante de su pene. Se inclinó y agarró un bote de gel de ducha. Liberó su polla que saltó como un resorte, se echó un buen chorro de jabón en la mano y la volvió a agarrar a la vez que se erguía desde el suelo, pero él le plantó la mano sobre el hombro y la empujó de nuevo hacia abajo para mantenerla en cuclillas. Aquello era una lucha de poder en la que él se movía como pez en el agua.


En el hilo sonaban Travis Birds & Club del río

El cliente

... habitual (XI).


Capítulo 11.

Si algo le había enseñado a Gilbert la experiencia investigando todo tipo de tramas en el pasado era que siempre había que seguir el rastro del dinero. Antes o después, la posición, el poder, la influencia, aterrizaban en una cuenta de una entidad opaca en un paraíso fiscal a nombre de un testaferro o de una entidad pantalla que mantenía en el anonimato a los auténticos beneficiarios del chanchullo. Por eso volvió a repasar los nombres detrás de las empresas, los países en los que realmente se declaraban los negocios o el origen de los bienes y servicios objeto de los contratos. Así es como había encontrado las incongruencias de Gobiernos que ante la opinión pública se vendían como orgullosos protectores de la justicia mientras financiaban con sus acuerdos a los mismos a los que pedían hacer frente. Cuando daba con todas aquellas realidades incómodas, siempre le venía a la mente la frase "haced lo que yo digo, no lo que yo hago" que había escuchado en su casa desde pequeño cuando su padre se quejaba frente al televisor por el escándalo de turno.

Pero por más que repasaba los datos, no daba con nada que fuera ilegal ni sospechoso de serlo. Todo lo que veía, ya lo tenía clasificado de antes como llamativo o interesante. Dejó a un lado la documentación oficial y se centró en las noticias que venían adjuntas en el archivo. Un camión en Niza en 2016, la Sala Bataclán, varias terrazas y restaurantes en los alrededores de un estadio, las oficinas de la revista 'Charlie Hebdo' tiroteadas en París en el 2015, los mercados navideños en Berlín y Magdeburgo, la explosión en el concierto en Manchester o la furgoneta de Las Ramblas en Barcelona en el 2017. Aquello era una recopilación de sucesos terribles y dolorosos que habían conmocionado a toda Europa y por los que las medidas de seguridad se habían multiplicado, reduciendo la libertad y alimentando el miedo y el odio a partes iguales. A Gilbert se le revolvía el estómago sólo de pensarlo. Miraba aquellas portadas y se preguntaba quién podría lucrarse con algo así. Era horrible. Fue entonces cuando advirtió una noticia en un pequeño recuadro de un diario español de 2017. "El oro que el Gobierno malvendió hace 10 años, hoy valdría más del doble." Cayó en la cuenta de que no todos los negocios se pagaban con divisas. Se le abrió un nuevo hilo del que tirar.


En el hilo sonaba Franz Ferdinand

El cliente

... habitual (X).


Capítulo 10.

Hanna le orientó hacia la parte interior de la ducha. Sostenía la alcachofa con las dos manos y mantenía la mirada directa a sus ojos parapetada tras aquel pequeño trozo de tela con todos sus ornamentos. Era lo único que llevaba encima, su barrera, su escudo, su trinchera. Le apuntó con el chorro de agua como si empuñara un arma de fuego, separando las piernas y estirando los brazos hacia él. El agua le rebotaba en el torso salpicándole a los ojos, obligándole a retirar la cara hacia los lados. Estiró el brazo y con una sola mano aprisionó las suyas en el mango obligándola a descender despacio por su vientre hasta que el tiro del agua le regó directamente sobre el pene. Su erección iba acorde con la rigidez del resto de su cuerpo. Las venas se le marcaban en el brazo y el antebrazo. No tenía mucho vello en el cuerpo, pero era oscuro y estaba concentrado en el centro del pecho marcando los perfiles de su musculatura. Una línea recta desde allí hasta debajo del ombligo marcaba el camino hasta un pubis poblado que, mojado, aparentaba estar menos boscoso y sobre el que se erigía su pene, grande, grueso y circuncidado.

A pesar de la amenaza con que él la encañonaba, Hanna aguantaba el contacto visual directo. Las manos le empezaban a doler bajo la presión que él ejercía, pero no quería permitir que la intimidara. Él le dobló las muñecas haciendo girar el sentido del chorro hacia ella hasta que no pudo más y tuvo que voltear todo su cuerpo ofreciéndole la espalda. La diferencia física entre los dos era evidente. Tiró de ella hacia su cuerpo restregándole la polla por el final de la espalda y con la mano que aún tenía libre le agarró el pecho por detrás estrujándoselo sin ninguna delicadeza. Hanna empezó a moverse arriba y abajo buscando recuperar la iniciativa. Movía los hombros y juntaba las escápulas tratando de hacer mayor fricción. Levantaba el culo poniéndose de puntillas sabiendo que era una oferta difícil de rechazar. De esa forma, consiguió que él liberara por fin sus manos para darle un azote primero y agarrarle el glúteo después con la misma falta de sutileza con la que venía tratándola.


En el hilo sonaba Agnes

El cliente

... habitual (IX).


Capítulo 9.

Gilbert llegó a la sala de prensa justo cuando iba a empezar la declaración. Decenas de periodistas estaban ya en sus puestos con las cámaras preparadas. Oteó entre aquella maraña de objetivos tratando de encontrar alguna cara reconocible de los miembros de su equipo. Al fin, la productora giró la vista hacia la puerta buscándole, se señaló el reloj en su muñeca resoplando y le hizo un gesto para que se acercara. La rueda de prensa había dado comienzo y el silencio era predominante. Ella le pasó un papel con varias preguntas que habían preparado y en voz baja, al oído, le dijo que eligiera sólo una. Gilbert las leyó todas con detenimiento, pero negó con la cabeza. Se inclinó hacia la productora y le susurró que tenía algo mejor que preguntar. Sabía que su mente germánica se revolvería contra esa improvisación y la mirada asesina que ella le lanzó no hizo más que confirmárselo, pero Gilbert ya estaba levantando la mano pidiendo el siguiente turno de pregunta.

Había pasado toda la mañana revisando los archivos adjuntos del email después de aquel mensaje en su teléfono. Primero hizo las típicas comprobaciones para confirmar fechas, fotos, personas, lugares y asegurarse de que todo aquello respondía a una información veraz y no al intento de algún idiota de colarle una fake new aprovechando el altavoz de la Cumbre. Una vez seguro de que todo era real, se zambulló con los distintos contratos escrutando las firmas, los nombres, los cargos, las empresas... En principio, no había nada más allá de las incongruencias morales que ya había detectado antes, nada que pareciera ilegal, pero había tanta información allí... Gilbert se dio cuenta de que no estaba logrando encontrar el hilo conductor y se preguntaba qué relación habría entre las noticias de violencia contra la población civil y los acuerdos a los que Ministerios u otros entes públicos llegaban con una u otra empresa y entonces se le encendió la bombilla: "¿Quién es Eitan Miller?". ¿Por qué esa pregunta? No había nadie que firmara con ese nombre ninguno de los contratos, tampoco nadie en ningún Gobierno o Ministerio, ni tan siquiera entre los múltiples asesores de los que tiraban los políticos para poder tomar sus decisiones con un mínimo de conocimiento. Entonces, ¿quién era el tal Eitan Miller?


En el hilo sonaba The Who

El cliente

... habitual (VIII).


Capítulo 8.

Le quitó el cinturón, le desabrochó el pantalón y lo dejó caer al suelo mientras él trataba de alcanzarla estirando los brazos hacia atrás. Se puso en cuclillas y fue acariciando sus piernas de abajo hacia arriba. Al llegar a la ropa interior, primero pasó las manos por encima apretando su trasero y después volvió a abrazarle desde atrás presionando su pene sobre el calzoncillo. Seguía duro y contenido allí adentro. Se dio la vuelta para ponerse frente a él a cierta distancia y comenzó a desabrocharse los enganches del liguero. Le obligó a sentarse de nuevo en el sillón, le puso el pie derecho en el paquete y se fue bajando lentamente la media de la misma pierna hasta quitársela. Repitió la operación con la izquierda asegurándose de apretarle bien con el pie en la entrepierna. Después, se abrió de un chasquido el sujetador y descubrió sus pechos, tersos, redondos, perfectos. Se giró dándole la espalda, se puso las manos a ambos lados de su cadera y se bajó el tanga despacio dejando que él se recreara en los recovecos de su cuerpo y maldijera la pobre iluminación de la habitación.

Él estaba tan excitado que la polla le asomaba por encima de la goma de los boxer. Ella tenía la piel perfecta, pálida y limpia como le gustaba, sin lunares, ni marcas, ni tatuajes. Era raro encontrar una chica que no hubiera marcado su cuerpo con algún tribal absurdo, un atrapasueños, una mano de Fátima, la foto de su mascota pasada a mejor vida o el nombre de su padre dentro de una enredadera con flores y espinas. Le causaba rechazo todo aquello, sin embargo ella no tenía ni un rasguño. Era delgada, pero no parecía flácida. No tenía el cuerpo bronceado, ni señales de pasar tiempo tumbada tomando el sol. Tenía el pubis totalmente depilado, pero una pelusilla fina y rubia le cubría los muslos y los antebrazos. Lo poco que había podido palpar hasta el momento le tenía completamente seducido. Estaba deseando avanzar aquel contacto. Se puso en pie siguiendo sus indicaciones y entró en el baño. Ella abrió la ducha y se aseguró la temperatura ideal del agua. Él se quitó los calzoncillos y se juntó a ella todo lo que pudo haciendo chocar su pene con el vientre de ella y poniendo las dos manos en su espalda. Comprobar al fin aquella suavidad se la puso aún más dura. Esa chica le tenía fascinado tras su máscara inamovible.


En el hilo sonaban Foals