El cliente

... habitual (XVI).



Capítulo 16.

Volver a tenerle de frente le encaró a su hálito asfixiante. Hanna sentía que el humo le había tapizado por dentro todo el cuerpo con un chapapote tan negro que absorbía el oxígeno de la habitación a su paso. Retiró la cara para tomar aire y conteniendo la respiración se acercó de puntillas hacia su boca. No pudo evitar el reflejo de tragar saliva al comprobar la satisfacción con la que él había recibido su iniciativa. Le soltó el culo y puso ambas manos a los lados de su cara pasándole los pulgares por las mejillas justo bajo la máscara. Hanna aún aguantaba el aliento con disimulo, pero no le retiraba la mirada consciente de que él estaba pendiente de sus reacciones. Sus manos abarcaban toda su mandíbula y sentía sus índices hormigueando en sus sienes con los demás dedos por detrás de su cuello, pero no terminaba de resolver para besarla. La miraba sin pestañear, sintiendo sus latidos con las yemas de los dedos. Hanna se estaba quedando sin aire, sus mejillas empezaban a ruborizarse y la contención camuflada era ya algo evidente. A un segundo de dar una bocanada, él le apretó aún más la cara, abrió la boca sacando la lengua tanto como pudo y le lamió todo el rostro de abajo a arriba desde la barbilla hasta el tope de la máscara bajo su nariz.

Hanna estaba al borde de la nausea. Sentía que aquel hombre estaba dentro de su mente y que disfrutaba con lo que ella trataba de evitar. No le soltaba la cara y ella trató de liberarse apoyando sus manos sobre el pecho de él. Su mirada se había transformado, sus ojos centelleaban bajo la máscara inyectados con pequeñas venas rojas de tensión y esa circunstancia parecía excitarle todavía más. Cambió de un gesto rápido la posición de sus manos pasando el brazo izquierdo por detrás de su cuerpo y sujetándola con fuerza por la cintura. La mano derecha bajo a su garganta apretándole el cuello y cortando su respiración. Comenzó a elevarla del suelo despacio, acercándola a su altura. Manejaba ambos brazos de tal forma que si relajaba el que la sostenía de la cintura, apretaba más el agarre del cuello sofocando la entrada de aire de Hanna. Sus pies se iban separando poco a poco y cada vez más del suelo hasta que perdió cualquier apoyo incluso estirándose de puntillas. Hanna jadeaba, luchaba por tomar aire, pero cuando movía las piernas o palmeaba con sus manos, él la ahogaba un poco más y si se mantenía quieta permitía que un hilo de aire aún cruzase por su tráquea hacia los pulmones. Boqueaba como un pez fuera del agua cuando por fin la elevó hasta su altura ideal. Allí la besó despacio, atrapando un labio cada vez, introduciendo la lengua en su boca cuando Hanna la abría para respirar. La soltó y salió de la ducha. Hanna no podía ni mantenerse en pie. Recuperó el aliento en el suelo del baño, tosiendo y sin poder evitar las lágrimas que le brotaban por la asfixia, pero sin hacer grandes aspavientos. Se levantó ayudándose del mueble frente al espejo y comprobó en su reflejo las marcas de los dedos que le había dejado a ambos lados del cuello. Tomó aire profundamente una vez más, se ajustó la máscara en la cara y salió del baño a pelear la siguiente ronda.


En el hilo sonaban The Who

El cliente

... habitual (XV).



Capítulo 15.

Ezequiel era un niño de apenas cinco años cuando su padre, un comerciante judío-alemán, le escondió en el interior de una tubería destinada a evacuar los desechos de su casa de Berlín. En aquella mañana de noviembre de 1938, la puerta de su casa estaba siendo aporreada por los mismos policías que habían evitado auxiliarles en las dos noches anteriores mientras grupos organizados destruían a pedradas el escaparate y saqueaban el interior de su negocio. El pequeño permaneció inmóvil, abrazado a sus rodillas, mucho tiempo después de que los gritos hubieran cesado. El acceso por el que su padre le había puesto a salvo estaba bloqueado por alguno de los enseres caídos durante el desorden y los forcejeos que se habían vivido en el interior de la casa, así que tuvo que avanzar gateando por la tubería hacia la claridad. Cuando estaba cerca de alcanzar la salida, la silueta a contraluz de un hombre apareció en la boca del desagüe, extendió los brazos para recogerle y le sacó de allí de un tirón.

Aquel resultó no ser un hombre cualquiera. Estaba al mando de un orfanato judío que, al igual que el negocio de los padres de Ezequiel, había sido arrasado por la marabunta simpatizante de las ideas que el Gobierno venía inoculando en la gente desde hacía casi un lustro. Sabía que el tiempo se agotaba y por eso llevaba varios meses urdiendo un plan para sacar de Alemania a tantos niños judíos como le fuera posible. En su discreta búsqueda había logrado contactar con asociaciones y organizaciones de la comunidad judía no sólo en Alemania, sino también en países vecinos como Austria y Polonia. Las redes se extendían hasta el Gobierno Británico, que había relajado las restricciones de inmigración para ciertos refugiados, y dentro de él a sus aristócratas y familias acomodadas. Así es como Ezequiel llegó al hogar de la amante de un excéntrico multimillonario como cumplimiento de una promesa que había hecho como pago a una extorsión para mantener en secreto aquellos encuentros. El hombre había muerto el año anterior, pero sus contactos dentro del Gobierno concluyeron la operación dentro de los parámetros de máxima discreción que exigía la familia del difunto.

Ezequiel creció educado por una burguesía dedicada a los negocios bancarios y con contactos políticos de alto nivel. Pronto demostró una habilidad especial para los números lo que le abrió el horizonte a nuevas oportunidades y le ayudó a consagrarse como una pieza fundamental en la continuidad del negocio de su familia adoptiva. Formó la suya propia casándose con la hija de otro aristócrata inglés y a principios de 1975, después de haber tenido dos hijas con su mujer, dejó embarazada a una prostituta con la que se encontraba de manera recurrente desde hacía más de un año. De aquella relación consiguió lo que ya daba por perdido y que tanto había anhelado: su primer hijo varón. Siendo una circunstancia tan extra protocolaria, el niño llevaría el apellido de su madre, pero Ezequiel impuso la condición de que se llamara Nathaniel, como su auténtico abuelo de sangre, el padre de Ezequiel. Y así fue sobre el papel. Sin embargo, su madre odiaba el sonido rítmico que causaba su apellido, Daniels, con el nombre que Ezequiel le había impuesto y nunca lo utilizó para dirigirse a su hijo. En su lugar ella siempre le llamó Ethan.

A Ethan Daniels, hijo de Bree Daniels y Ezequiel Sackville, nunca le faltó de nada, pero siempre se sintió un bicho raro sin padre ni raíces. Era listo, resolutivo y desconfiado como su madre, inteligente, ambicioso e independiente como su padre, y la combinación de sus ausencias con su sensación de desarraigo le había vuelto orgulloso, frío y totalmente libre de las ataduras de la buena educación o el protocolo que el impersonal dinero que le llegaba le proporcionaba. Conseguía lo que quería, cuando lo quería y sin importar la manera. El objetivo de turno era su único calibre y eso le había llevado a enfrentarse cara a cara con la amenaza de la muerte en más de una ocasión. Fue después del fallecimiento de Ezequiel, su padre ausente, cuando se interesó por su propia historia hasta descubrir la verdad usando en ocasiones medios poco legales para conseguir la información. Ahora sabía que era nieto bastardo de Valerie Sackville-West y nieto carnal de Nathaniel y Eliette Miller, pero también constató que el conocimiento y la comprensión de sus orígenes hebreos tampoco le iban a otorgar la redención.

Nathaniel Daniels, banquero, empresario y coleccionista de arte, joyas y metales preciosos era en realidad Eitan Miller, extorsionador, mano negra de la política británica y el senado estadounidense y objetivo de interés permanente de las agencias de inteligencia de todo el mundo por sus contactos y oscuros negocios, nunca probados, con organizaciones terroristas y otros entes desestabilizadores de la sociedad occidental.


En el hilo sonaba Hozier

El cliente

... habitual (XIV).


Capítulo 14.

Hanna se veía de nuevo en una posición de sumisión que debía revertir. Con la mano enjabonada empezó a masturbarle apretando el agarre cada vez que subía ayudando a la sangre a engrosar su pene al máximo. El gel lubricaba el movimiento y le facilitaba la tarea. La espuma blanca generada con las refriegas se acumulaba en su vello púbico cayendo despacio por su pierna. Hanna se ayudó de la otra mano para sujetar la base del pene y subió el ritmo de su movimiento, envolviendo la cabeza con los dedos, dibujando círculos con las yemas. Infiriendo en el frenillo pretendía incomodarle, estimular demasiado su zona más sensible, llevarle hasta un punto que le obligara a recular, liberarla de estar postrada frente a su polla como si la estuviera adorando con lujuria, en lugar de buscando una salida.

Él no necesitaba una paja bien hecha para estar más duro que una viga maestra. Aquella chica le encantó desde el primer momento en que se paró frente a él con su piel perfecta, su conjunto de lencería y su máscara brillante con plumas y lentejuelas. Eso era lo que más le ponía: su mirada. Una mirada fija y desafiante, no complaciente, ni sumisa como estaba acostumbrado a ver. Sentía que estaba domando a una fiera y ese poder era lo que le excitaba por encima de cualquier otra cosa. Quería dominarla sin que ella perdiera un ápice de ese fuego y esa furia en sus ojos, pero tenía la polla llena de jabón en sus manos. Se giró a coger de nuevo el cabezal, la levantó del suelo, se enjuagó toda la espuma y la agarró del culo con una mano juntando las caderas de los dos, quedando frente a frente sus miradas.


En el hilo sonaban Depedro y Luz Casal

El cliente

... habitual (XIII).


Capítulo 13.

El teléfono de la productora echaba humo y ella, también. Le miraba con una expresión entre enfadada, desconcertada y perpleja. Gilbert sabía que no podría dar respuestas a las llamadas que estaba recibiendo sin tener una explicación que ofrecer al respecto. Se habían pactado unos temas sobre los que preguntar, se habían acordado unas preguntas concretas, se había trabajado con una información contrastada para que fuera veraz, relevante, precisa, pero él se había desviado de todo aquello saliéndose por una tangente que nadie tenía contemplada. Antes de que ella pudiera colgar para gritarle, Gilbert se escabulló de la sala zigzagueando entre la maraña de periodistas que recogía sus bártulos una vez finalizada la rueda de prensa. Tenía mucha información que compartir, pero aún demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Quién le estaba poniendo sobre estas pistas?, ¿con qué intención lo hacía?, pero sobre todo, ¿qué iba a pasar ahora que había levantado esa liebre en público?

Esa última pregunta no tardó ni un minuto en contestarse. En cuanto Gilbert puso un pie fuera de la sala de prensa un hombre y una mujer se acercaron a él, se identificaron como miembros del CNI, el servicio de inteligencia español, y le pidieron que les acompañara. Sin tiempo para responder, otros dos hombres, mucho más corpulentos, aparecieron a ambos lados, le levantaron en volandas sujetándole de las axilas, le metieron dentro de otra sala a la vuelta del pasillo y salieron sin cruzar ni una mirada. Gilbert fue inmediatamente a coger su móvil, pero se dio cuenta de que ya no estaba en su bolsillo, ni tampoco su cartera, ni su acreditación de prensa. Aún estaba confundido con lo que acababa de pasar cuando se abrió la puerta y entraron el hombre y la mujer. Ella, con la acreditación y el carnet de identidad de Gilbert en la mano, se cuestionaba cuál era el interés de la prensa alemana en el oro español. Impactado por la situación, Gilbert explicó cómo había llegado a la conclusión de que aquellos movimientos podrían haber hecho que el preciado metal llegase a las peores manos, pero omitió deliberadamente mencionar el email y los mensajes de su informador misterioso. La agente le observaba en silencio mientras hablaba y continuó así varios segundos una vez terminó su exposición. El otro hombre se acercó a ella y le entregó el móvil y la cartera de Gilbert. Ella extendió la mano para entregárselo, pero sujetándolo fuertemente sin dejar de mirarle. Finalmente abrió la mano liberando sus pertenencias, se despidió con cortesía y salió de la sala dejando a Gilbert solo dentro todavía desubicado.


En el hilo sonaba Tu otra bonita

El ciente

... habitual (XII).


Capítulo 12.

El espacio de la ducha era demasiado reducido para poder manejar la situación con la suficiente libertad de movimientos. Hanna era consciente de que se había metido en la boca del lobo. En su cabeza trataba de encontrar la manera de revertir la situación para devolverla a una calma controlada que ella pudiera conducir, pero mientras tanto soportaba los manotazos de él sin apenas inmutarse. No quería animarle a pensar que aquello la excitaba, que disfrutaba de los azotes y, aún menos, darle pie a que aumentara la intensidad de su interacción. La marca de su mano ya era visible en su glúteo, pero él continuaba con la azotaina y los apretones. Sus dedos eran látigos mojados sobre su piel y hasta el sonido recordaba al de una fusta castigando el lomo de un caballo.

Él la abarcaba desde un costado sobándole el pecho con una mano y hostigando incansable su trasero con la otra mientras se frotaba la entrepierna contra su cadera. Hanna subió la alcachofa con cuidado hasta pasarse el agua sobre el hombro y en un giro rápido de muñeca le lanzó un chorro hacia la cara haciendo que su mano reculara para secarse los ojos en lugar de estamparse de nuevo en sus irritadas posaderas. Se cambió de mano el mango como un cantante con un micrófono y le agarró la polla con todo lo que su palma podía abarcarle poniéndose de nuevo de cara hacia él, mirándole de frente. Estiró el brazo hacia la columna de la ducha para ensamblar el cabezal en su enganche sin aflojar el amarre al que le tenía sometido y empezó a descender lentamente hacia el suelo hasta situar su cara justo delante de su pene. Se inclinó y agarró un bote de gel de ducha. Liberó su polla que saltó como un resorte, se echó un buen chorro de jabón en la mano y la volvió a agarrar a la vez que se erguía desde el suelo, pero él le plantó la mano sobre el hombro y la empujó de nuevo hacia abajo para mantenerla en cuclillas. Aquello era una lucha de poder en la que él se movía como pez en el agua.


En el hilo sonaban Travis Birds & Club del río

El cliente

... habitual (XI).


Capítulo 11.

Si algo le había enseñado a Gilbert la experiencia investigando todo tipo de tramas en el pasado era que siempre había que seguir el rastro del dinero. Antes o después, la posición, el poder, la influencia, aterrizaban en una cuenta de una entidad opaca en un paraíso fiscal a nombre de un testaferro o de una entidad pantalla que mantenía en el anonimato a los auténticos beneficiarios del chanchullo. Por eso volvió a repasar los nombres detrás de las empresas, los países en los que realmente se declaraban los negocios o el origen de los bienes y servicios objeto de los contratos. Así es como había encontrado las incongruencias de Gobiernos que ante la opinión pública se vendían como orgullosos protectores de la justicia mientras financiaban con sus acuerdos a los mismos a los que pedían hacer frente. Cuando daba con todas aquellas realidades incómodas, siempre le venía a la mente la frase "haced lo que yo digo, no lo que yo hago" que había escuchado en su casa desde pequeño cuando su padre se quejaba frente al televisor por el escándalo de turno.

Pero por más que repasaba los datos, no daba con nada que fuera ilegal ni sospechoso de serlo. Todo lo que veía, ya lo tenía clasificado de antes como llamativo o interesante. Dejó a un lado la documentación oficial y se centró en las noticias que venían adjuntas en el archivo. Un camión en Niza en 2016, la Sala Bataclán, varias terrazas y restaurantes en los alrededores de un estadio, las oficinas de la revista 'Charlie Hebdo' tiroteadas en París en el 2015, los mercados navideños en Berlín y Magdeburgo, la explosión en el concierto en Manchester o la furgoneta de Las Ramblas en Barcelona en el 2017. Aquello era una recopilación de sucesos terribles y dolorosos que habían conmocionado a toda Europa y por los que las medidas de seguridad se habían multiplicado, reduciendo la libertad y alimentando el miedo y el odio a partes iguales. A Gilbert se le revolvía el estómago sólo de pensarlo. Miraba aquellas portadas y se preguntaba quién podría lucrarse con algo así. Era horrible. Fue entonces cuando advirtió una noticia en un pequeño recuadro de un diario español de 2017. "El oro que el Gobierno malvendió hace 10 años, hoy valdría más del doble." Cayó en la cuenta de que no todos los negocios se pagaban con divisas. Se le abrió un nuevo hilo del que tirar.


En el hilo sonaba Franz Ferdinand

El cliente

... habitual (X).


Capítulo 10.

Hanna le orientó hacia la parte interior de la ducha. Sostenía la alcachofa con las dos manos y mantenía la mirada directa a sus ojos parapetada tras aquel pequeño trozo de tela con todos sus ornamentos. Era lo único que llevaba encima, su barrera, su escudo, su trinchera. Le apuntó con el chorro de agua como si empuñara un arma de fuego, separando las piernas y estirando los brazos hacia él. El agua le rebotaba en el torso salpicándole a los ojos, obligándole a retirar la cara hacia los lados. Estiró el brazo y con una sola mano aprisionó las suyas en el mango obligándola a descender despacio por su vientre hasta que el tiro del agua le regó directamente sobre el pene. Su erección iba acorde con la rigidez del resto de su cuerpo. Las venas se le marcaban en el brazo y el antebrazo. No tenía mucho vello en el cuerpo, pero era oscuro y estaba concentrado en el centro del pecho marcando los perfiles de su musculatura. Una línea recta desde allí hasta debajo del ombligo marcaba el camino hasta un pubis poblado que, mojado, aparentaba estar menos boscoso y sobre el que se erigía su pene, grande, grueso y circuncidado.

A pesar de la amenaza con que él la encañonaba, Hanna aguantaba el contacto visual directo. Las manos le empezaban a doler bajo la presión que él ejercía, pero no quería permitir que la intimidara. Él le dobló las muñecas haciendo girar el sentido del chorro hacia ella hasta que no pudo más y tuvo que voltear todo su cuerpo ofreciéndole la espalda. La diferencia física entre los dos era evidente. Tiró de ella hacia su cuerpo restregándole la polla por el final de la espalda y con la mano que aún tenía libre le agarró el pecho por detrás estrujándoselo sin ninguna delicadeza. Hanna empezó a moverse arriba y abajo buscando recuperar la iniciativa. Movía los hombros y juntaba las escápulas tratando de hacer mayor fricción. Levantaba el culo poniéndose de puntillas sabiendo que era una oferta difícil de rechazar. De esa forma, consiguió que él liberara por fin sus manos para darle un azote primero y agarrarle el glúteo después con la misma falta de sutileza con la que venía tratándola.


En el hilo sonaba Agnes

El cliente

... habitual (IX).


Capítulo 9.

Gilbert llegó a la sala de prensa justo cuando iba a empezar la declaración. Decenas de periodistas estaban ya en sus puestos con las cámaras preparadas. Oteó entre aquella maraña de objetivos tratando de encontrar alguna cara reconocible de los miembros de su equipo. Al fin, la productora giró la vista hacia la puerta buscándole, se señaló el reloj en su muñeca resoplando y le hizo un gesto para que se acercara. La rueda de prensa había dado comienzo y el silencio era predominante. Ella le pasó un papel con varias preguntas que habían preparado y en voz baja, al oído, le dijo que eligiera sólo una. Gilbert las leyó todas con detenimiento, pero negó con la cabeza. Se inclinó hacia la productora y le susurró que tenía algo mejor que preguntar. Sabía que su mente germánica se revolvería contra esa improvisación y la mirada asesina que ella le lanzó no hizo más que confirmárselo, pero Gilbert ya estaba levantando la mano pidiendo el siguiente turno de pregunta.

Había pasado toda la mañana revisando los archivos adjuntos del email después de aquel mensaje en su teléfono. Primero hizo las típicas comprobaciones para confirmar fechas, fotos, personas, lugares y asegurarse de que todo aquello respondía a una información veraz y no al intento de algún idiota de colarle una fake new aprovechando el altavoz de la Cumbre. Una vez seguro de que todo era real, se zambulló con los distintos contratos escrutando las firmas, los nombres, los cargos, las empresas... En principio, no había nada más allá de las incongruencias morales que ya había detectado antes, nada que pareciera ilegal, pero había tanta información allí... Gilbert se dio cuenta de que no estaba logrando encontrar el hilo conductor y se preguntaba qué relación habría entre las noticias de violencia contra la población civil y los acuerdos a los que Ministerios u otros entes públicos llegaban con una u otra empresa y entonces se le encendió la bombilla: "¿Quién es Eitan Miller?". ¿Por qué esa pregunta? No había nadie que firmara con ese nombre ninguno de los contratos, tampoco nadie en ningún Gobierno o Ministerio, ni tan siquiera entre los múltiples asesores de los que tiraban los políticos para poder tomar sus decisiones con un mínimo de conocimiento. Entonces, ¿quién era el tal Eitan Miller?


En el hilo sonaba The Who

El cliente

... habitual (VIII).


Capítulo 8.

Le quitó el cinturón, le desabrochó el pantalón y lo dejó caer al suelo mientras él trataba de alcanzarla estirando los brazos hacia atrás. Se puso en cuclillas y fue acariciando sus piernas de abajo hacia arriba. Al llegar a la ropa interior, primero pasó las manos por encima apretando su trasero y después volvió a abrazarle desde atrás presionando su pene sobre el calzoncillo. Seguía duro y contenido allí adentro. Se dio la vuelta para ponerse frente a él a cierta distancia y comenzó a desabrocharse los enganches del liguero. Le obligó a sentarse de nuevo en el sillón, le puso el pie derecho en el paquete y se fue bajando lentamente la media de la misma pierna hasta quitársela. Repitió la operación con la izquierda asegurándose de apretarle bien con el pie en la entrepierna. Después, se abrió de un chasquido el sujetador y descubrió sus pechos, tersos, redondos, perfectos. Se giró dándole la espalda, se puso las manos a ambos lados de su cadera y se bajó el tanga despacio dejando que él se recreara en los recovecos de su cuerpo y maldijera la pobre iluminación de la habitación.

Él estaba tan excitado que la polla le asomaba por encima de la goma de los boxer. Ella tenía la piel perfecta, pálida y limpia como le gustaba, sin lunares, ni marcas, ni tatuajes. Era raro encontrar una chica que no hubiera marcado su cuerpo con algún tribal absurdo, un atrapasueños, una mano de Fátima, la foto de su mascota pasada a mejor vida o el nombre de su padre dentro de una enredadera con flores y espinas. Le causaba rechazo todo aquello, sin embargo ella no tenía ni un rasguño. Era delgada, pero no parecía flácida. No tenía el cuerpo bronceado, ni señales de pasar tiempo tumbada tomando el sol. Tenía el pubis totalmente depilado, pero una pelusilla fina y rubia le cubría los muslos y los antebrazos. Lo poco que había podido palpar hasta el momento le tenía completamente seducido. Estaba deseando avanzar aquel contacto. Se puso en pie siguiendo sus indicaciones y entró en el baño. Ella abrió la ducha y se aseguró la temperatura ideal del agua. Él se quitó los calzoncillos y se juntó a ella todo lo que pudo haciendo chocar su pene con el vientre de ella y poniendo las dos manos en su espalda. Comprobar al fin aquella suavidad se la puso aún más dura. Esa chica le tenía fascinado tras su máscara inamovible.


En el hilo sonaban Foals

El cliente

... habitual (VII).



Capítulo 7.

Cuando tuvo la agenda del día organizada, Gilbert cerró el portátil, apuró el último sorbo de su té matcha con leche sin lactosa y salió hacia el lobby del hotel donde había quedado con el resto del equipo. Iba a guardar el móvil cuando advirtió una notificación pendiente. La revisó de manera automática, pero al abrir el mensaje se quedó clavado en el sitio. "¿Quién es Eitan Miller?". Gilbert miró la pantalla confundido. El mensaje provenía de un número que no tenía registrado, un número español a juzgar por el prefijo +34. Era el mismo mensaje que había eliminado hacía sólo unos minutos de su correo electrónico. ¿Qué posibilidades había de que aquello fuera un error?. Buscó alguna información adicional, pero no podía ver ni estado, ni hora de última conexión, nada. "Creo que tiene un número equivocado", escribió. Dudó un momento, pulsó para a enviar y se quedó observando unos segundos. Comprobó que su mensaje había salido y que también se había recibido. No había respuesta.

Ya iba a meterse el teléfono en el bolsillo cuando aparecieron tres puntos moviéndose de izquierda a derecha; alguien estaba escribiendo al otro lado. "Usted es Gilbert Fischer, periodista acreditado por la cadena Deutsche Welle para cubrir la Cumbre Internacional sobre Seguridad en Madrid, pero no es lo único en lo que está trabajando estos días. Por eso le interesa responder a la pregunta: ¿quién es Eitan Miller?". Gilbert sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Inmediatamente llamó al número de teléfono, pero no daba señal de llamada. "Revise su email, Sr. Fischer". Se lanzó al primer asiento que vio libre y abrió de nuevo su ordenador. Revisó entre los elementos eliminados y recuperó el email. Dentro había varios archivos con noticias sobre atentados en Europa. Niza, París, Berlín, Magdeburgo, Bruselas, Viena..., había información con casi 10 años de antigüedad. Gilbert llamó a su productora, que aún esperaba en el lobby con sus compañeros, para disculparse y decirle que se verían directamente en la rueda de prensa de primera hora de la tarde. Tenía trabajo por delante.


En el hilo sonabam The Black Keys

El cliente

... habitual (VI).


Capítulo 6.

Hanna le entregó una toalla y le invitó a tomar una ducha en el baño que había en la misma habitación. Sabía cómo reducir las revoluciones manejando el aumento de las expectativas y se ofreció a ayudarle en el proceso. Cruzando los pasos de sus tacones, le fue rodeando sin dejar de mirarle con una mano posada sobre su hombro a modo de aguja de compás. Una vez situada por detrás, le abrazó el torso desde la cintura apretando su cuerpo contra él para hacer notar sus pechos y su abdomen. Tomando aire con inspiraciones profundas, trató de pausar la respiración de él acompasándola al ritmo de la suya propia, atrayéndole hacia la calma. Le quitó la camisa y descubrió varias marcas en su espalda. Quemaduras, cosidos muy poco cuidadosos y otras cicatrices de hace años horadaban su piel dándole un aspecto todavía más basto, pero ella no hizo ningún aspaviento. Se acercó a él y fue depositando un beso al lado de cada una de esas señales que indicaban una vida muy distinta a la que nadie nacido en el oeste de Europa podía llegar a imaginar.

Él estaba amansado por aquella criatura divina de la que no sabía nada más que el nombre por el que se hacía llamar. Ya suponía que no sería su nombre real, pero ni tan siquiera conocía su cara. Imbuido por su fragancia de orquídea negra, se sentía presente en cada contacto que ella tenía con su cuerpo, en cada mirada que le lanzaba desde debajo de su máscara, y en el silencio con el que ambos avanzaban en su interacción. Sin embargo, no era ajeno a los cantos de sirena y, hasta en esas aguas serenas, encubría a la perfección su estado real de alerta permanente.


En el hilo sonaba Jarabe de palo

El cliente

... habitual (V).


 

Capítulo 5.

Gilbert estaba repasando los eventos organizados durante la semana más allá de las reuniones de los grandes mandatarios. Cruzaba datos de localizaciones y horarios para poder cumplir con las obligaciones de información que le solicitaba la emisora alemana para la que estaba trabajando al mismo tiempo que buscaba indicios sobre posibles contactos privados fuera de las agendas oficiales que la organización y cada delegación habían compartido con la prensa. Antes de enfrascarse con el detalle de cada país, había puesto su foco en el punto de unión del que nacía toda la estructura de aquellas jornadas: el anfitrión, España. Había escuchado, visto y leído todas las declaraciones oficiales sobre la postura del Gobierno español hacia la creciente preocupación por la seguridad, pero al mismo tiempo había encontrado incongruencias en los contratos que grandes empresas españolas del sector habían venido firmando bajo el paraguas del Ministerio de Defensa. Las palabras decían una cosa; los actos indicaban otra bien distinta.

Mientras trataba de ordenar sus ideas para decidir si el problema podía derivar de la falta de comunicación y de la interminable burocracia que facilitaban a la mano derecha el no saber lo que hacía la mano izquierda dentro del mismo Gobierno, una ventana emergente con el aviso de nuevo email le distrajo de sus pensamientos. El asunto era una pregunta: "¿Quién es Eitan Miller?". El remitente era desconocido. Gilbert dudó por un instante si abrir el email. Un virus informático podría destruir todo el trabajo que tenía almacenado en su portátil. Pero aquel nombre le sonaba de algo y no terminaba de recordar el qué. Antes de jugársela, desplegó otra ventana de su navegador y tecleo el nombre para comprobar los resultados, pero sólo aparecieron varios perfiles de Instagram, Facebook, LinkedIn y otras redes, nada que guardase relación con las Jornadas sobre Seguridad, ni con ningún gobierno. Decidió no correr el riesgo y eliminó sin abrirlo el email de su bandeja de entrada.


En el hilo sonaba Gotye