El cliente

... habitual (X).


Capítulo 10.

Hanna le orientó hacia la parte interior de la ducha. Sostenía la alcachofa con las dos manos y mantenía la mirada directa a sus ojos parapetada tras aquel pequeño trozo de tela con todos sus ornamentos. Era lo único que llevaba encima, su barrera, su escudo, su trinchera. Le apuntó con el chorro de agua como si empuñara un arma de fuego, separando las piernas y estirando los brazos hacia él. El agua le rebotaba en el torso salpicándole a los ojos, obligándole a retirar la cara hacia los lados. Estiró el brazo y con una sola mano aprisionó las suyas en el mango obligándola a descender despacio por su vientre hasta que el tiro del agua le regó directamente sobre el pene. Su erección iba acorde con la rigidez del resto de su cuerpo. Las venas se le marcaban en el brazo y el antebrazo. No tenía mucho vello en el cuerpo, pero era oscuro y estaba concentrado en el centro del pecho marcando los perfiles de su musculatura. Una línea recta desde allí hasta debajo del ombligo marcaba el camino hasta un pubis poblado que, mojado, aparentaba estar menos boscoso y sobre el que se erigía su pene, grande, grueso y circuncidado.

A pesar de la amenaza con que él la encañonaba, Hanna aguantaba el contacto visual directo. Las manos le empezaban a doler bajo la presión que él ejercía, pero no quería permitir que la intimidara. Él le dobló las muñecas haciendo girar el sentido del chorro hacia ella hasta que no pudo más y tuvo que voltear todo su cuerpo ofreciéndole la espalda. La diferencia física entre los dos era evidente. Tiró de ella hacia su cuerpo restregándole la polla por el final de la espalda y con la mano que aún tenía libre le agarró el pecho por detrás estrujándoselo sin ninguna delicadeza. Hanna empezó a moverse arriba y abajo buscando recuperar la iniciativa. Movía los hombros y juntaba las escápulas tratando de hacer mayor fricción. Levantaba el culo poniéndose de puntillas sabiendo que era una oferta difícil de rechazar. De esa forma, consiguió que él liberara por fin sus manos para darle un azote primero y agarrarle el glúteo después con la misma falta de sutileza con la que venía tratándola.


En el hilo sonaba Agnes

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