... habitual (VII).
El cliente
El cliente
... habitual (VI).
Capítulo 6.
Hanna le entregó una toalla y le invitó a tomar una ducha en el baño que había en la misma habitación. Sabía cómo reducir las revoluciones manejando el aumento de las expectativas y se ofreció a ayudarle en el proceso. Cruzando los pasos de sus tacones, le fue rodeando sin dejar de mirarle con una mano posada sobre su hombro a modo de aguja de compás. Una vez situada por detrás, le abrazó el torso desde la cintura apretando su cuerpo contra él para hacer notar sus pechos y su abdomen. Tomando aire con inspiraciones profundas, trató de pausar la respiración de él acompasándola al ritmo de la suya propia, atrayéndole hacia la calma. Le quitó la camisa y descubrió varias marcas en su espalda. Quemaduras, cosidos muy poco cuidadosos y otras cicatrices de hace años horadaban su piel dándole un aspecto todavía más basto, pero ella no hizo ningún aspaviento. Se acercó a él y fue depositando un beso al lado de cada una de esas señales que indicaban una vida muy distinta a la que nadie nacido en el oeste de Europa podía llegar a imaginar.
Él estaba amansado por aquella criatura divina de la que no sabía nada más que el nombre por el que se hacía llamar. Ya suponía que no sería su nombre real, pero ni tan siquiera conocía su cara. Imbuido por su fragancia de orquídea negra, se sentía presente en cada contacto que ella tenía con su cuerpo, en cada mirada que le lanzaba desde debajo de su máscara, y en el silencio con el que ambos avanzaban en su interacción. Sin embargo, no era ajeno a los cantos de sirena y, hasta en esas aguas serenas, encubría a la perfección su estado real de alerta permanente.
En el hilo sonaba Jarabe de palo
El cliente
... habitual (V).
Capítulo 5.
Gilbert estaba repasando los eventos organizados durante la semana más allá de las reuniones de los grandes mandatarios. Cruzaba datos de localizaciones y horarios para poder cumplir con las obligaciones de información que le solicitaba la emisora alemana para la que estaba trabajando al mismo tiempo que buscaba indicios sobre posibles contactos privados fuera de las agendas oficiales que la organización y cada delegación habían compartido con la prensa. Antes de enfrascarse con el detalle de cada país, había puesto su foco en el punto de unión del que nacía toda la estructura de aquellas jornadas: el anfitrión, España. Había escuchado, visto y leído todas las declaraciones oficiales sobre la postura del Gobierno español hacia la creciente preocupación por la seguridad, pero al mismo tiempo había encontrado incongruencias en los contratos que grandes empresas españolas del sector habían venido firmando bajo el paraguas del Ministerio de Defensa. Las palabras decían una cosa; los actos indicaban otra bien distinta.
Mientras trataba de ordenar sus ideas para decidir si el problema podía derivar de la falta de comunicación y de la interminable burocracia que facilitaban a la mano derecha el no saber lo que hacía la mano izquierda dentro del mismo Gobierno, una ventana emergente con el aviso de nuevo email le distrajo de sus pensamientos. El asunto era una pregunta: "¿Quién es Eitan Miller?". El remitente era desconocido. Gilbert dudó por un instante si abrir el email. Un virus informático podría destruir todo el trabajo que tenía almacenado en su portátil. Pero aquel nombre le sonaba de algo y no terminaba de recordar el qué. Antes de jugársela, desplegó otra ventana de su navegador y tecleo el nombre para comprobar los resultados, pero sólo aparecieron varios perfiles de Instagram, Facebook, LinkedIn y otras redes, nada que guardase relación con las Jornadas sobre Seguridad, ni con ningún gobierno. Decidió no correr el riesgo y eliminó sin abrirlo el email de su bandeja de entrada.
En el hilo sonaba Gotye
El cliente
habitual (IV).
Capítulo 4.
Aquel hombre estaba envuelto en un aura de monóxido de carbono que la asfixiaba. Llevaba una chaqueta oscura hecha a medida por cuyas mangas asomaban los puños blancos de la camisa. Probablemente vistiera con corbata a juzgar por lo rígido y almidonado que se mantenía el cuello a pesar de que llevaba abiertos los botones hasta casi la mitad del pecho, pero no la vio en la habitación y supuso que no la habría traído puesta. Se giró, apagó el cigarro en el cenicero de la mesa y se quitó la chaqueta dejándola doblada sobre el respaldo del sillón. Se abrió los botones de los puños y las tapetas de las mangas y continuó desabrochándose el resto de la camisa.
Hanna permanecía quieta, de pie, bajo la luz de un foco direccional que apuntaba hacia la puerta. Con un gesto de la cabeza le indicó que se acercara. Ella obedeció y avanzó hacia él con su cadencia de pasarela, le colocó ambas manos sobre el pecho y las movió hacia los hombros para ayudarle a desnudarse, pero él la sujetó con fuerza por las muñecas sin dejar que progresara. Le bajó una mano por debajo de la cintura y se la frotó por encima de la bragueta obligándola a palpar su erección. La miraba a los ojos con tanta intensidad que ella sentía que lograba ver bajo su máscara. Ahora que estaba pegada a él podía apreciar su terrible corpulencia. No era gordura, era robustez. Su piel estaba tirante y su cuerpo era el más pétreo que nunca había tocado. Todo esto unido a la diferencia de tamaño entre los dos le hacía sentir que estaba frente a una escultura viviente. Se dio cuenta de que debía manejar muy bien aquella situación para que no se escapara de su control.
En el hilo sonaba Empire of the Sun
El cliente
... habitual (III).
En el hilo sonaba Hollow Coves
El cliente
... habitual (II).
Capítulo 2.
Empujó la pesada puerta de cristal esmerilado que daba acceso a la zona común apoyando el peso de su cuerpo. Asomó la cabeza y miró a ambos lados como quien cruza una calle entre coches estacionados y, segura de la ausencia de tráfico, recorrió de puntillas el camino hasta el espejo de cuerpo entero situado al final del corredor. Se calzó a la pata coja unos Jimmy Choo de charol con aguja que llevaba en la mano, se retocó el labial rouge premier y se ajustó el liguero al encaje de sus medias negras transparentes. Se giró desde los hombros a izquierda y derecha para darle un último repaso al conjunto completo y se colocó una máscara veneciana con lentejuelas, diamantes de imitación y una falsa flor negra hecha con plumas y pétalos de tela. Todo en orden.
Avanzó por el pasillo como si fuera una pasarela y ella una modelo. Los tacones resonaban con pasos cadenciosos, pausados y consistentes advirtiendo de su presencia. Se detuvo frente a la puerta con el número 3, dio dos golpecitos con los nudillos y entró en la habitación impostando su sonrisa más genuina y cerrando la puerta tras de sí. En el interior, un hombre sumergido en una penumbra formada por oscuridad y humo la esperaba sentado en un sillón, fumando con las piernas cruzadas. Sostenía en una mano un pequeño letrero de dos caras con la foto de ella enmascarada por un lado y en el dorso escrito el nombre de "Hanna". Lo volteaba adelante y atrás sin hacer ningún otro movimiento. Depositó el cartelito sobre una mesa baja junto a un vaso de whisky old fashioned en el que sólo quedaban dos hielos, se incorporó, se acercó a ella y, retirándole el pelo sobre la oreja, le dio un beso en la mejilla.
En el hilo sonaba Echosmith
El cliente
... habitual.
4º huésped
La ventana
... indiscreta (X).
Capítulo Final.
Estrechaba su cuerpo desde el fondo del sofá soportando su peso, pero apenas tenía libertad de movimiento. Ella marcaba el ritmo de la penetración y él sólo podía transigir, adaptarse a la postura, aceptar su papel e interpretarlo tratando de aportar algo que la sorprendiera. Las pieles de ambos se rozaban, se frotaban sin rubor. Las chispas de esa fricción se extinguían en el sudor que brotaba por sus poros abiertos como sus piernas, su boca y su sexo. Los dos se fusionaban en líquido resbaladizo.
Con un brazo cruzado sobre su cuerpo, alternaba en sus pechos apretándolos hasta repuntar sus pezones. La otra mano descendía por la vertical de su ombligo siguiendo el camino marcado por pequeñas gotas de transpiración. Sus dedos franquearon la meseta del pubis y alcanzaron el capuchón sobre el que su clítoris palpitaba por el impulso interno de su pene. Ella se contuvo reduciendo las revoluciones de su cadera a la pausa activa de una cámara super lenta. Cada centímetro que recibía era pura estimulación.
Se puso en pie liberándole de su carga y le hizo un gesto para que también se levantara. Él, una vez más, obedeció. Cuando lo tuvo frente a ella, le agarró de la polla y tiró de él detrás de sus pasos felinos guiándole hacia el interior de la casa, perdiéndose tras los muros y dejando la luz del salón prendida. El decorado quedó desnudo. Sin los actores, pero con su ropa por medio, cojines desperdigados y el espectro del sexo saludando a la audiencia bajo el foco en que la noche exterior había puesto a aquella ventana.
En la fachada de enfrente, una luz tenue, una sombra en el umbral, una mirada indiscreta, unos ojos en blanco, un deseo contenido, un placer redescubierto, un voyeur fidelizado, un vicio nuevo, una curiosidad, una ilusión.
En el hilo sonaba Keira Knightley
La ventana
... indiscreta (IX).
Capítulo 9.
Incluso en aquella postura de aparente sumisión la mujer marcaba el ritmo de toda la secuencia. Exprimía su placer a través del de su amante y mantenía la tensión sin dejar que él se perdiera. Se levantó y se alejó con movimientos lentos, conteniéndole para que esperara en el sofá. Reapareció con un preservativo y con la misma delicadeza que meneaba su cuerpo como si flotara sobre la tarima se lo fue enfundando mientras le estimulaba para conservar la firmeza de su miembro. Una vez revestido, ella se giró dándole la espalda y fue acuclillándose hasta hacerlo encajar en su interior. Se sujetó con las manos sobre las rodillas de él y comenzó a componer movimientos arriba y abajo para engrasar la inserción. Sus caderas parecían de goma, agitándose en varias direcciones. Se tumbó sobre él que recogió su cuerpo por la cintura. Con la espalda pegada a su pecho no dejaba de oscilar con su cadera de un lado a otro al mismo tiempo que él la penetraba. Abrió sus brazos por encima de los hombros para abrazarse a la cabeza de él buscando su boca y una vez más sus lenguas se entremezclaron luchando por ganar la batalla del deseo.
No cabía más impostura, ni medias tintas, ni más recato. Sus braguitas ya no alcanzaban a contener sus fluidos. Aquella escena de espacio exterior, de sonido ahogado, de atmósfera vacía, jadeaba dentro de su cabeza con tal volumen que la ensordecía. Permitió a su mano avanzar por dentro de su ropa interior y deslizó sus dedos hasta el interior de su vagina para empaparlos de su propia esencia, avanzando hasta sentir el estímulo por dentro. Ya ni siquiera les miraba. Aquel fuego sin humo la estaba cegando.
En el hilo sonaba George Harrison
La ventana
... indiscreta (VIII).
Capítulo 8.
Se había transformado en una autómata dominada por el germen de la lujuria que se infiltraba a través de sus pupilas. Sofocada por el anhelo de placer que su propio contacto la ofrecía, empañaba con su hálito el cristal de la ventana tras la que se sentía única espectadora de una tórrida secuencia de actos articulados en un instinto básico del ser humano. Y no podía detenerse. Cada movimiento la acercaba más al éxtasis. Su ola se estaba elevando hacia el espigón con el empuje de todo un océano cohibido hasta entonces por la rutina de los días planos.
En el edificio de enfrente la batalla seguía su curso. Él aún se relamía los dedos y las comisuras de los labios después de deleitarse con las mieles de su entrepierna cuando ella se desabrochó el sujetador y se quitó el tanga. Se inclinó para besarle en la boca mientras desarmaba el cierre de su cinturón y una vez cumplida la tarea se arrodilló frente a él tirando del pantalón hacia sus rodillas. Él facilitó la labor reclinándose hacia atrás en el sofá y elevando la cadera, todo de una. Si había alguna duda de su excitación quedó disipada en un instante cuando su polla saltó liberada rebotándole en el bajo vientre. Los dos estaban al fin totalmente en cueros.
Con la misma seguridad que venía demostrando, ella le agarró el miembro, se lo orientó como un soldado apunta con un lanzamisiles y le pasó la lengua desde la base hasta la punta. Cuando llegó al final se lo introdujo en la boca haciéndolo desaparecer casi por completo. Al sacarlo su saliva lo impregnaba y ella la repartió por todo el pene masturbándole con energía. Volvió a repetir la operación recreándose cuando se lo chupaba, apretando sus labios en el recorrido de salida. Él se retorcía de puro placer.
En el hilo sonaban The Rolling Stones
La ventana
... indiscreta (VII).
Capítulo 7.
Al otro lado de la calle, los protagonistas no se daban un instante de tregua. La mujer había sacado un hielo de una de las copas y lo desgastaba contra el tórax de él lamiendo cada centímetro convertido en agua. Él sólo acariciaba sus piernas y se dejaba hacer. Ella se descabalgó y se posicionó de pie frente a él, abrió la cremallera en la espalda de su vestido y lo dejó caer al suelo revelando un conjunto de lencería negro con un bordado floral que opacaba las transparencias tanto en el sujetador como en el tanga. El brillo en su piel reflejaba una tonalidad ambarina. Su cuerpo irradiaba erotismo y sensualidad. Se aproximó a él con marcha felina y, sin permitir que se levantara, abrazó su cabeza enredando los dedos en su pelo.
Él se había despojado ya de los restos de su camisa y cubría de besos el vientre de ella por encima y por debajo del ombligo mientras amasaba sus nalgas. Jugaba con los dedos bajo la goma de su tanga y acuciaba sus límites transitando con su aliento por la línea de las ingles. La sujetó por las caderas con las dos manos, cerró los dedos agarrando el elástico y comenzó a hacer descender el tanga con delicadeza. La miraba a los ojos desde su posición inferior esbozando una sonrisa de malicia, pero ella no le permitiría llevar la iniciativa. Le sujetó por las muñecas para detener el movimiento y subió una pierna para poner un pie a su lado sobre el sofá. Con una mano se apartó el tanga y con la otra le enganchó el cuello por detrás para tirar de su cabeza directa hacia el centro de su cuerpo. Era la dueña total de la situación y lo estaba disfrutando.
Frente a la ventana sus ojos centelleaban con cada una de aquellas maniobras. Sumida en la acción que estaba presenciando sentía cada movimiento como si fuera suyo. Se había levantado un lado de la falda por la cintura y lo que había comenzado con un leve roce por el muslo ahora era una fricción directa por encima de su braguita. Metió una mano por dentro de su camiseta y retiró la copa del sujetador para alcanzarse el pezón que ya estaba erguido y sensible como pocas veces. Sentía la humedad profundizar y un fluido glutinoso le hacía aún más placentero el contacto. Su propia reacción producía el doblaje perfecto de la escena muda que la tenía embaucada, vibrando de la emoción.
En el hilo sonaban The Beach Boys
La ventana
... indiscreta (VI).
La ventana
... indiscreta (V).
Capítulo 5.
Era cerca de la media noche cuando llegó a casa el sábado de esa misma semana. No solía salir mucho. Desde que vivía sola era más consciente de su economía de lo que nunca antes lo había sido y, al mismo tiempo, cada vez le apetecían más los planes que se desarrollaban durante el día. Las actividades al aire libre y los tardeos le motivaban mucho más que salir por la noche y tener que volver en el búho o en el último metro acompañada de lo mejorcito de la ciudad.
Dejó las llaves en el platillo de la entrada y cuando iba a enfilar el pasillo hacia el baño la ventana iluminada de su vecino capturó nuevamente su atención. Esta vez estaba vestido, pero lo verdaderamente interesante era que no estaba solo. Había una mujer con él. Los dos estaban recostados en el cheslón hablando y bebiendo algún cóctel en grandes copas de balón llenas de hielo. Se fijó en que, sobre la mesa del comedor, revestida esa noche con un mantel, había unos platos, cubiertos y lo que parecían servilletas de tela, indicios de una cena previa a aquellas bebidas.
Él miraba hacia dentro del salón. La mujer estaba de cara hacia la ventana. Ella la examinó con curiosidad. Era joven, morena de piel, de aspecto latino. Exhibía sin disimulo su melena larga y lisa dándole cierto volumen al retirarla por encima del hombro con las manos. Llevaba un vestido color piedra con tirantes negros que hacía destacar sus brazos delgados y definidos. Tenía los dientes blanquísimos enmarcados por unos labios rojo coral y los ojos maquillados con una sombra que los agrandaba. No dejaba de mirarle directamente mostrando una completa seguridad en sí misma. Al menos eso era lo que ella percibía desde la distancia.
En un momento, la mujer se incorporó y tomó con su mano libre la copa que él sostenía. Depositó las dos bebidas sobre una mesita baja y se lanzó contra la boca de él sin darle tiempo a reaccionar. Él la recibió poniendo la mano en el lateral de su cuello recorriéndolo hasta la parte posterior y hundiendo los dedos en su pelo mientras sus lenguas se enredaban sin palabras. Aquel no era un primer beso recatado, sino una declaración de intenciones que no dejaba lugar a dudas, un ataque directo al deseo contenido de ambos. Centrados en no hacerse sangre a dentelladas no eran conscientes, ni por un instante, de que ella les miraba desde su casa aguantando la respiración.
En el hilo sonaba Barry White
La ventana
... indiscreta (IV).
Capítulo 4.
No tardó ni un minuto en confirmarlo. Ahí estaba de nuevo, ante sus ojos, con una toalla blanca en la cintura rebuscando algo en un cajón del armario. La distancia con el edificio era bastante como para no poder observar los detalles con claridad, pero suficiente como para distinguir la piel desnuda de un hombre joven y bien parecido.
Salió de la habitación y se perdió tras la pared ataviado con el mismo atuendo. Ella se mordió el labio en un gesto inconsciente lamentando no poder seguir con el espectáculo y entonces se dio cuenta de que la ventana contigua también le ofrecía vistas de la misma función. El decorado, sin embargo, era el de un salón. Identificó un sofá de cheslón gris claro y una mesa de comedor. Hacia el fondo, en la zona izquierda, se adentraba un pasillo que debía dar a la cocina a juzgar por la luz blanca de fluorescente que se reflejaba entre el suelo y la pared. Y de ahí salió él, sin toalla. Completamente desnudo cruzó el salón por detrás del sofá y por delante de la mesa, se perdió un instante tras la pared y reapareció en la ventana de al lado donde se calzó unos slip blancos como los del modelo del anuncio de Dolce & Gabbana.
Un olor a goma quemada la devolvió a la realidad. Se había quedado absorta con la plancha apoyada sobre su camiseta que estaba tornando a un color amarillento. La sacó de la tabla resoplando y sacudiéndola con fuerza, pero ya era tarde. Era la segunda vez que le veía desnudo y el segundo accidente doméstico que esa circunstancia le causaba. En la tele, público y presentador bailaban al ritmo de la canción que los concursantes no habían sido capaces de averiguar; nada más y nada menos que el 'Don't stop me now' de 'Queen'.
En el hilo sonaban Queen
La ventana
... indiscreta (III).
Capítulo 3.
No había vuelto a pensar en aquello desde que sucedió. Una vez más, la vorágine de la semana se había llevado por delante cualquier momento de pausa en el que aburrir la mente o dejarla en blanco. Tenía la sensación de estar subida en un tren alocado cuyo tracatreo era una nana que la adormecía cada vez que se sentaba un solo minuto en el sofá. Y ni siquiera se sentaba.
Esa tarde, ya casi noche, decidió enfrentarse a la pila de ropa arrugada que se le acumulaba desde hacía varios días. Abrió la tabla de planchar en el salón y encendió la televisión donde el programa de entretenimiento 'Pasapalabra' estaba en la prueba de 'La pista musical'. Se puso a la labor mientras ninguno de los dos concursantes era capaz de sacar el título o siquiera unas palabras de lo que el presentador había anunciado como un "himno de la música". Al tomar del montón una camiseta de las que usaba en el gimnasio su vista se desvió a través del cristal de la terraza donde le pareció ver iluminada la misma ventana de aquella noche. Se fijó un poco mejor mientras alisaba sin mucho interés una de las mangas y justo en ese momento alguien se cruzó en el interior.
En el plató todo el mundo conocía la canción y ella desde casa también, pero ahora su foco de atención estaba enteramente en esa ventana. Había pasado rápido, en un pestañeo, casi como un fotograma, pero juraría que aquel cuerpo estaba cubierto tan sólo con una toalla.
En el hilo sonaba - Conociendo Rusia
La ventana
... indiscreta (II).
Capítulo 2.
Alcanzó la mesa y apoyó en ella la copa como pudo mientras tosía atragantada tratando de recuperar la respiración. Miró el suelo para comprobar hasta dónde había llegado el estropicio y entró a tientas en la casa en busca de una bayeta de cocina. Salió a la terraza ya con la luz encendida y limpió todo rastro del vino con diligencia. Aún en el exterior se examinó la camiseta y confirmó sus temores en forma de manchas rojizas difuminadas. Se adentró de nuevo en la casa con la intención de echarla a lavar y cuando estaba a punto de sacársela por encima de la cabeza cayó en la cuenta y se detuvo en seco.
Se giró con los brazos aún cruzados por delante del cuerpo sin soltar la camiseta y trató de enfocar la vista por el hueco de la puerta de su terraza a cada una de las ventanas del edificio de enfrente. Algunas estaban apagadas, muchas tenían las persianas cerradas y varias tenían luz, pero las cortinas corridas ocultaban cumplidamente el interior. Le costó un poco dar con la ventana que le había causado el incidente. Ya no estaba encendida, pero seguía abierta. Por un instante, se sintió ciertamente en el lugar contrario al que había estado hacía sólo unos minutos, expuesta a la mirada indiscreta o accidental de su vecino. Sin pensarlo se quitó la camiseta a modo flash y se metió de un salto en la cocina fuera del tiro de la ventana. Cubriéndose los pechos abrazada a la camiseta se carcajeó divertida por su atrevimiento imaginando que, tal vez, había causado también algún accidente en el interior de aquella oscuridad.
En el hilo sonaba - Lady Gaga
La ventana
... indiscreta.
3er huésped