El cliente

habitual (IV).


 

Capítulo 4.

Aquel hombre estaba envuelto en un aura de monóxido de carbono que la asfixiaba. Llevaba una chaqueta oscura hecha a medida por cuyas mangas asomaban los puños blancos de la camisa. Probablemente vistiera con corbata a juzgar por lo rígido y almidonado que se mantenía el cuello a pesar de que llevaba abiertos los botones hasta casi la mitad del pecho, pero no la vio en la habitación y supuso que no la habría traído puesta. Se giró, apagó el cigarro en el cenicero de la mesa y se quitó la chaqueta dejándola doblada sobre el respaldo del sillón. Se abrió los botones de los puños y las tapetas de las mangas y continuó desabrochándose el resto de la camisa.

Hanna permanecía quieta, de pie, bajo la luz de un foco direccional que apuntaba hacia la puerta. Con un gesto de la cabeza le indicó que se acercara. Ella obedeció y avanzó hacia él con su cadencia de pasarela, le colocó ambas manos sobre el pecho y las movió hacia los hombros para ayudarle a desnudarse, pero él la sujetó con fuerza por las muñecas sin dejar que progresara. Le bajó una mano por debajo de la cintura y se la frotó por encima de la bragueta obligándola a palpar su erección. La miraba a los ojos con tanta intensidad que ella sentía que lograba ver bajo su máscara. Ahora que estaba pegada a él podía apreciar su terrible corpulencia. No era gordura, era robustez. Su piel estaba tirante y su cuerpo era el más pétreo que nunca había tocado. Todo esto unido a la diferencia de tamaño entre los dos le hacía sentir que estaba frente a una escultura viviente. Se dio cuenta de que debía manejar muy bien aquella situación para que no se escapara de su control.


En el hilo sonaba Empire of the Sun

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