El cliente

... habitual (XIX).


Capítulo 19.

Gilbert miró, disimulando su curiosidad, la caja que había hecho colocar sobre la mesa fingiendo estar ocupado con algo. No tenía remitente ni etiqueta alguna y el botones que se la había subido a la habitación no había sabido darle detalles sobre quién la había entregado en recepción, más allá de que parecía un repartidor normal. Se inclinó con la cabeza ladeada y le acercó el oído para escuchar si emitía algún sonido. Igual era una tontería, pero un tic-tac o algún pitido digital habrían provocado su estampida inmediata. Al no escuchar ningún ruido sospechoso la levantó y la meneó con suavidad en el aire. Le pareció que la caja era muy ligera y apenas notó que algo se movía en el interior. Tomó aire, tiró de la cinta abrefácil y se asomó al interior de la caja conteniendo la respiración. Un papel de seda blanco dejaba entrever lo que parecía una pluma de pájaro. Gilbert desdobló con cuidado las capas del envoltorio hasta revelar una preciosa máscara veneciana con lentejuelas negras, lustrosos cristales que imitaban el brillo de los diamantes y una flor hecha con plumas y pétalos de tela negros.

El portátil de Gilbert reclamó su atención a través del sonido de una llamada de Teams. Se aproximó a la pantalla para comprobar que la llamada provenía de alguien externo a sus contactos, pero la identidad estaba oculta y sólo se podía leer: 'Número (externo) desconocido'. Acercó la flecha del ratón hacia el botón para contestar, pero en ese momento fue consciente de que su corazón latía desbocado. Corrió la pestaña que cerraba la cámara del ordenador y no terminó de aceptar la llamada que se cortó apenas un segundo después. Gilbert se sentó en la silla para tratar de calmar sus pulsaciones. El Teams sonó de nuevo. La pequeña ventana emergente indicaba que era un mensaje del número desconocido; una imagen. Gilbert pasó el dedo de forma automática sobre el trackpad del ordenador para abrir la imagen y se quedó de piedra. Era su cara, vista desde un ángulo inferior, mirando directamente al objetivo que le inmortalizaba con ceño fruncido y expresión de interés o confusión. Sintió que la corbata le apretaba de más en el cuello.


En el hilo sonaban La Maravillosa Orquesta del Alcohol & Repion

El cliente

... habitual (XVIII).



Capítulo 18.

Cuando Hanna salió del baño él se había encendido un cigarrillo y la esperaba fumando, sentado desnudo en el sillón. Se había servido otro whisky, esta vez sin hielo, de una botella The Macallan de 18 años que ahora estaba sobre la mesa y movía el vaso en su mano con un calmado giro de muñeca. Inhalaba con profundidad encendiendo al rojo vivo la punta del pitillo con cada bocanada y reteniendo el humo dentro de sí durante más tiempo del que nadie recomendaría, soltándolo despacio y reabsorbiéndolo por la nariz según iba saliendo de su boca. No le quitaba el ojo de encima desde su trono de bruma y vapor letal.

Hanna tomó conciencia de su propio lenguaje corporal y corrigió su postura echando los hombros hacia atrás e irguiendo su pecho. Comenzó a hablarse a sí misma para recuperar la confianza, recordándose que ella era la estrella de este show maldito, que tenía el poder de hacer perder la razón a los hombres y que sabía exactamente cómo iba a terminar su actuación de hoy. Su mejor performance estaba en marcha, la que tantas veces había soñado interpretar, la que le abriría las puertas de su propia redención. Se acercó hacia él desnuda marchando de puntillas como una bailarina de ballet. Le obligó a hacerle hueco para poder subirse sobre una de sus piernas y desde allí metió los dedos entre su pelo, le acercó un pecho a la boca y se lo ofreció rozándole con él en los labios.

Él no había hecho aún ni un sólo movimiento que no fuera el de sus pupilas acompañando sus pasos. Mantenía siempre la mirada dirigida a sus ojos, buscando leer sus pensamientos, conocer de antemano sus intenciones, pero aquel pezón frente a su boca pedía a gritos atención más directa. Miró su pecho y se lanzó a devorarlo como la cría más hambrienta de una camada de lobatos huérfanos. Dejó a tientas el vaso de whisky sobre la mesa y aplastó lo que quedaba del cigarrillo en el cenicero para tener ambas manos libres. Con una le agarró el pecho mientras seguía chupándolo con la misma fuerza con la que aspiraba el veneno de sus pitillos. La otra se posó sobre su culo tirando de ella hacia su cuerpo para sentir en su pierna el roce acuoso y cálido de su vagina.

Por primera vez las tornas habían cambiado y ahora era Hanna quien dominaba el momento. Él había echado la boca a su pecho como una carpa mordía un anzuelo, de hecho ella sentía sus labios y sus dientes atenazando su pezón de forma alternativa, pero a estas alturas ya había asumido que tendría que lidiar con el placer y el dolor bordeando sus umbrales por arriba y por abajo. Le apretó la cabeza cuando sintió que él intentaba zafarse para seguir amamantándole y extender así su oportunidad de dominarle. Acompasó el movimiento de su cadera al ritmo con que él la movía sobre su pierna aferrado a su trasero. Sabía que no podría librarse de cumplir con cada escena de aquel encuentro y buscaba la reacción automática de su cuerpo ante el roce mecánico de su coño contra su pierna. Su cuerpo había aprendido a encontrar los caminos cuando su mente estaba en realidad desconectada.

En el hilo sonaba Leiva